martes, 29 de diciembre de 2009

Acto Sexto: Sangría

Qué hoja más afilada. Me pregunto a qué profundidad debería hundirla...no, no estoy pensando en el suicidio; eso nunca. Soy demasiado cobarde para ello. Pero un simple rasguño, unos cuantos milímetros me ayudarán a sacar lo que llevo. La sangre ya se ha salido de su cauce. Va perdida...No logro captar el mensaje que me quiere transmitir, y ello me frustra de una manera desmesurada, pero, por ahora, voy a actuar de simple escriba:

"Perdida.
Inapetente.
Perezosa; cero motivada.
Los días pasan y todo sigue igual, no sé qué hacer. Intento buscar un remedio, una solución...Los estudios los tengo muy aparcados, es como si mi conciencia se hubiera esfumado. Casi ni me siento mal; es más, me sabe peor por los demás -familiares- que por mí misma.
Qué absurdo es todo.

Aparco mis sentimientos, me da mucha pereza afrontarlos. (¿O miedo?)
Siempre irascible, saltando a la primera de cambio...ya no rio como antes.
No soy capaz de proponerme algo y hacerlo.
Qué aburrido es todo.
No sé lo que realmente quiero."

Ahora llega la labor de interpretar el mensaje. Debería ponerme a ello.

martes, 8 de diciembre de 2009

Acto Quinto: Toma de conciencia

Julia le regaló a su pequeña su primer reloj.

La niña, tras pasarse unos minutos observándolo, le preguntó a su madre inocentemente pero con tono decisivo si se podía parar ese trasto. No le gustaba ese tic tac incesante y que siempre volvía al punto de partida.

La madre, sorprendida, le respondió que claro que se podía parar, pero el concepto que arrastraba el objeto en sí nunca se podría detener.

Jamás se le olvidaría el mapa de sentimientos que pudo leer en la cara de la joven: asombro, decepción, resignación.

Ese fue el momento en el que Julia se dio cuenta de que su hija había dejado de ser pequeña.