Julia le regaló a su pequeña su primer reloj.
La niña, tras pasarse unos minutos observándolo, le preguntó a su madre inocentemente pero con tono decisivo si se podía parar ese trasto. No le gustaba ese tic tac incesante y que siempre volvía al punto de partida.
La madre, sorprendida, le respondió que claro que se podía parar, pero el concepto que arrastraba el objeto en sí nunca se podría detener.
Jamás se le olvidaría el mapa de sentimientos que pudo leer en la cara de la joven: asombro, decepción, resignación.
Ese fue el momento en el que Julia se dio cuenta de que su hija había dejado de ser pequeña.
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Ay, me encanta, sin más
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